Y andamos merodeando ciudad nuevas y eso es siempre algo inesperado, potente y venturoso.
Como los tonos de una canción en loop la ciudad de Bogotá se abre recurrente, regular, standar.
La geografía múltiple y desvariada no se traduce en la lógica de su ciudadanía, en el tempo de las caminatas y en los sonidos que pueblan el aire, que lo sobrehabitan.
La contracultura no es siempre fácil de definir. Nunca es clara su definición. Imaginen, haganse una idea de lo que pueden llegar a pensar que significa. Bien, esta definicón, como tal, en esta ciudad no existe y casi cómo en la novela de Caicedo en que la protagonista solo quiere bailar, los transeuntes, los habitantes, la comunidad solo escucha música, música a altos desiveles. Lejanía del eclectisísmo musical que acostumbramos a ver -imagino un kiosquero escuchando Iron Maiden, a otro Chayanne y a otra los beneméritos y movedizos Miranda- en Buenos Aires.
Esta arista musical uniforme es uno de los casos de homogeneidad cultural, puedo afirmar que la música colombiana es pluriclasista. Pienso en algún ejemplo así en Argentina y no se me ocurre.
¿Qué pasa cuando la mayoría de la gente quiere bailar y tomar aguardiente?¿No es ese un ademán contracultural?¿No es acaso una forma de redimir asfixias de todo tipo? -cuando pienso en asfixias imagino las asfixias de clase, imagino las peliculas de Lucrecia Martel y las miserias de la burguesía media-.
Pues esto sirve cómo un arribo precario algo que me superó. Habrá que mirarlo bien, habrá que pensar en el andar unívoco de los bogoteños, en sus ropajes y en ese clima tan neutral cómo la cotidianeidad, esa neutralidad, esa nula variación.