Parece no haber grupo que no tenga un acervo siempre listo de juegos, ensueños y cuentos admonitorios para ser usados como fuente de humor, catarsis para las ansiedades, y sanción para inducir a los individuos a ser modestos en sus reclamos y razonables en sus expectativas proyectadas.
Ervin Goffman: "Microsociólogo".
e aqui juaN. pareciera que todo esta emparentado con la desesperanza de saberse vil
jueves, 25 de septiembre de 2008
miércoles, 17 de septiembre de 2008
lo estival del orden de lo explosivo
Siempre el verano termina por ampararse en su poder de emancipador de libertades que hasta él se vertían en la cotidianeidad como flechazos del inconciente. Los múltiples soles de la etapa estival nos desencajan -podría decirse por única vez en el año- de ropajes, de rutinas, de modos, ademanes o gestos.
Derribada esa forma de ser, queda en el borde de la pileta toda su potencialidad. “Al borde de”, el despliegue esta por ser un hecho. Crecen verdes yuyos a su alrededor, flotan cosas, las sombras se automatizan por la época y cualquier hielo es bil dentro de tanta calidez -imposible hielos fuera de ella-.
Tomar un instante de todo esto, hacerlo historia, estatizarlo de su dinámica, es un hecho no solo que remite al fenómeno, sino que se traduce artístico “per se”. Agua, celuloide, botón, mirada, sensibilidad, conmoción: nos deriva la y en la foto, a una manera de ver el mundo, una gestualidad de fricción propagada por el asfalto-borde.
Una manguera se acerca enrollada. Una significativa ayuda en medio de una situación inconexa con la realidad. Un pedazo de plástico que emana de lo terrenal para amalgamarnos a algo que nos supere.
Un verano, lo líquido, lo mineral, lo pétreo. El cuerpo es un momento.
martes, 16 de septiembre de 2008
FLORA
Ardía la memoria, en ese estado todo lo que él hacía era recordar pasajes de sus últimos dos días en el pueblo. La tierra que repicaba en sus piernas de pantalones cortos a las dos de la tarde, lo insoportable del calor cuando intentó dormir la siesta en la cama junto a su abuela, esa cama que se decía estaba “en la pieza mas fresquita”, además oía –o recordaba oír- el tac-tac del cuchillo deshuesando el pollo del mediodía. Dos días en plena cosmovisión árida. Por lo menos aquello era lo que registraba, todo en el orden de lo incómodo, lo abyecto, lo ampuloso de tan caldeado, la sensación magma del sopor.
La luz justo pasaba entre la cortina y el marco, marcaba su cara y se entrecortaba por la arboleda del costado, reseñando los flashes lumínicos insoportables de la parte del baile de los cumpleaños de quince. En ese momento nada era otra cosa que recordar. La suma de kilómetros que alejaban era directamente proporcional al incremento cuantitativo de rabia por algo así como un legado que en ese momento le estaba asediando –sí, los que asedian son los espectros- la atención, el vínculo con la revista en la que pretendía leer un reportaje a los músicos de una banda uruguaya de candombe-rock que estaban promocionando su último disco por aquella época. Ese legado, esa tradición que podría llegar a afirmar “una manera de ser” era la que lo inquietaba. En la distancia de no-estar era donde se encontraba con una genealogía de sus propias costumbres, emparentadas directamente con ella. Afianzadas desde sí, con su trazo, con su tono. Con el olor de su desodorante adolescente a frutas cítricas que se le enredaba en la evocación presente. Con la venda imaginaria mas disímil que le hacia delirar de miedo y terror, de terror y miedo, de alegría y sueño, de ideales, de ideales y alegría, de fantasía.
Es este viaje para él la consumación, el martirio mas económico que tiene “a la mano”. Su forma de aceptar, su rendición. Una bandeja envuelta en plástico le provee de alimentos típicos de las instancias ruteras. Una mosca se ve imposibilitada de escapar, hay un vidrio grueso, sólido. Inerte.
Solo en momentos consuma el sueño, solo por ratos lee la entrevista. La despedida no es siempre triste o angustiosa o emocionante o cuantiosa. Pasan las rayas del asfalto, como demostraciones efímeras de un corte. El momento del sueño, del descanso, lo acomoda en el asiento mas próximo vacío, le permite horizontalizar la pena y lo duerme, hasta alejarlo, hasta desencontrarlo. Hasta ligarlo a la preparación lógica y extensa de una nueva forma de despedida.
Ardía la memoria, en ese estado todo lo que él hacía era recordar pasajes de sus últimos dos días en el pueblo. La tierra que repicaba en sus piernas de pantalones cortos a las dos de la tarde, lo insoportable del calor cuando intentó dormir la siesta en la cama junto a su abuela, esa cama que se decía estaba “en la pieza mas fresquita”, además oía –o recordaba oír- el tac-tac del cuchillo deshuesando el pollo del mediodía. Dos días en plena cosmovisión árida. Por lo menos aquello era lo que registraba, todo en el orden de lo incómodo, lo abyecto, lo ampuloso de tan caldeado, la sensación magma del sopor.
La luz justo pasaba entre la cortina y el marco, marcaba su cara y se entrecortaba por la arboleda del costado, reseñando los flashes lumínicos insoportables de la parte del baile de los cumpleaños de quince. En ese momento nada era otra cosa que recordar. La suma de kilómetros que alejaban era directamente proporcional al incremento cuantitativo de rabia por algo así como un legado que en ese momento le estaba asediando –sí, los que asedian son los espectros- la atención, el vínculo con la revista en la que pretendía leer un reportaje a los músicos de una banda uruguaya de candombe-rock que estaban promocionando su último disco por aquella época. Ese legado, esa tradición que podría llegar a afirmar “una manera de ser” era la que lo inquietaba. En la distancia de no-estar era donde se encontraba con una genealogía de sus propias costumbres, emparentadas directamente con ella. Afianzadas desde sí, con su trazo, con su tono. Con el olor de su desodorante adolescente a frutas cítricas que se le enredaba en la evocación presente. Con la venda imaginaria mas disímil que le hacia delirar de miedo y terror, de terror y miedo, de alegría y sueño, de ideales, de ideales y alegría, de fantasía.
Es este viaje para él la consumación, el martirio mas económico que tiene “a la mano”. Su forma de aceptar, su rendición. Una bandeja envuelta en plástico le provee de alimentos típicos de las instancias ruteras. Una mosca se ve imposibilitada de escapar, hay un vidrio grueso, sólido. Inerte.
Solo en momentos consuma el sueño, solo por ratos lee la entrevista. La despedida no es siempre triste o angustiosa o emocionante o cuantiosa. Pasan las rayas del asfalto, como demostraciones efímeras de un corte. El momento del sueño, del descanso, lo acomoda en el asiento mas próximo vacío, le permite horizontalizar la pena y lo duerme, hasta alejarlo, hasta desencontrarlo. Hasta ligarlo a la preparación lógica y extensa de una nueva forma de despedida.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Alguna de todas esas señoritas que vacacionan y que eluden lo pacato de su Reconquista, está asustada por el certero dato: representa a todas las plantas del planeta. Es la flora en sí misma.
Y a veces las flores son costosas o hay que regar cotidianamente las plantas del hogar, pero ante toda cabe decir -y asegurar casi- que con el tremendo espectro de un abrazo se sintetiza el verde mas grande de la naturaleza.
Este delirio es de raíz terrestre.
viernes, 12 de septiembre de 2008
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