FLORA
Ardía la memoria, en ese estado todo lo que él hacía era recordar pasajes de sus últimos dos días en el pueblo. La tierra que repicaba en sus piernas de pantalones cortos a las dos de la tarde, lo insoportable del calor cuando intentó dormir la siesta en la cama junto a su abuela, esa cama que se decía estaba “en la pieza mas fresquita”, además oía –o recordaba oír- el tac-tac del cuchillo deshuesando el pollo del mediodía. Dos días en plena cosmovisión árida. Por lo menos aquello era lo que registraba, todo en el orden de lo incómodo, lo abyecto, lo ampuloso de tan caldeado, la sensación magma del sopor.
La luz justo pasaba entre la cortina y el marco, marcaba su cara y se entrecortaba por la arboleda del costado, reseñando los flashes lumínicos insoportables de la parte del baile de los cumpleaños de quince. En ese momento nada era otra cosa que recordar. La suma de kilómetros que alejaban era directamente proporcional al incremento cuantitativo de rabia por algo así como un legado que en ese momento le estaba asediando –sí, los que asedian son los espectros- la atención, el vínculo con la revista en la que pretendía leer un reportaje a los músicos de una banda uruguaya de candombe-rock que estaban promocionando su último disco por aquella época. Ese legado, esa tradición que podría llegar a afirmar “una manera de ser” era la que lo inquietaba. En la distancia de no-estar era donde se encontraba con una genealogía de sus propias costumbres, emparentadas directamente con ella. Afianzadas desde sí, con su trazo, con su tono. Con el olor de su desodorante adolescente a frutas cítricas que se le enredaba en la evocación presente. Con la venda imaginaria mas disímil que le hacia delirar de miedo y terror, de terror y miedo, de alegría y sueño, de ideales, de ideales y alegría, de fantasía.
Es este viaje para él la consumación, el martirio mas económico que tiene “a la mano”. Su forma de aceptar, su rendición. Una bandeja envuelta en plástico le provee de alimentos típicos de las instancias ruteras. Una mosca se ve imposibilitada de escapar, hay un vidrio grueso, sólido. Inerte.
Solo en momentos consuma el sueño, solo por ratos lee la entrevista. La despedida no es siempre triste o angustiosa o emocionante o cuantiosa. Pasan las rayas del asfalto, como demostraciones efímeras de un corte. El momento del sueño, del descanso, lo acomoda en el asiento mas próximo vacío, le permite horizontalizar la pena y lo duerme, hasta alejarlo, hasta desencontrarlo. Hasta ligarlo a la preparación lógica y extensa de una nueva forma de despedida.
e aqui juaN. pareciera que todo esta emparentado con la desesperanza de saberse vil
martes, 16 de septiembre de 2008
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1 comentario:
Ya lo dije todo acerca de éste.
SIMPLE, HERMOSO, MOVILIZADOR.
UN BESO JUANCITO.
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