Contemplan, rearman, vinculan y después: la cerrazón.
Una mirada sobre “Padre y niño contemplando la sombra de un día”, de Roberto Aizenberg, 1962*.
Es ese arribo un comienzo. Es el límite una grieta. La geografía una alborada.¿Qué hace y en qué se convierte el espíritu novato, el sujeto infante, cuando se encuentra ante el mismísimo todo? Diríamos ante la necesidad de afirmar, que es el protagonista de un ademán sabido: la mirada hacia lo mayor, lo alto, lo otro. Su padre. La sabiduría, el pasado, la historia anterior. Lo que vincula a la tierra.Si para Yupanqui la guitarra es “el alma sonora que nos aferra a la tierra”, la mano de este adulto es ni más ni menos que la mediación natural con lo desconocido.Un imponente precipicio –podríamos imaginar riojano- se les impone, una hondura que no por ancha descuida su belleza, que no por inmensa permite el ímpetu. Un cielo inerte, después montañas amorronadas, después la hipotética nada que los pozos simbolizan, su sombra que oculta, y por ultimo el obstáculo, la pasarela, la acción humana que nos frena, ese hormigón irremediable de tosco, gris de anodino; esa capacidad del mundo por invitarnos –a veces de hostigarnos- a mesurar la marcha, a inaugurar el raciocinio. Un padre y un hijo, dos existencias en búsqueda de la presentación cabal de lo imaginado en libros escolares de una ciudad desnaturalizada. Un padre y un hijo, dos maneras de ver, dos razones por estar. Dos puntos de fuga en la mirada, dos espaldas.Son esas espaldas las que evocan que por delante de sí esta la mirada, lo impenetrable de un fututo descomunal, de un mundo abierto a.Existe en esa dupla la mano que reúne, la bipolaridad que se retroalimenta en el afecto de hacer saber. El legado de llevar a quien se inicia, la pedagogía de mostrar el mundo tal cual es. La metodología inocente de acariciar la cabeza y solo asentir a la infantilidad de quien asoma a eso que intenta velar acción, a un tapialcito que sustrae contemplación, pero que termina inútil frente a las puntitas de pie.Y si hay un pozo habrá un piso, si hay cielo habrá horizonte, si hay tapial habrá salteo. Ubicando el cómo miran de los dos personajes, ubicamos una duplicidad que en paralela misión, enfrenta lo bello, lo que se presenta, lo natural, para cabalgar en la posición más cómoda, segura y valerosa. La convicción aparente del conocimiento de un mundo perturbado de pluralidad, rencoroso de lo justo y perezoso a la manipulación de quienes empiezan a entenderlo. La convicción necesaria de creer saber, como forma de vitalismo fresco y reluciente. La hermosa sapiencia de estar.
*ver la obra en www.aizenberg.com
e aqui juaN. pareciera que todo esta emparentado con la desesperanza de saberse vil
viernes, 7 de noviembre de 2008
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